“Instrucciones para arder sin extinguirse” por J.L. Mensour
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Hay un mundo paralelo
en cada pupila distraída,
una realidad que sangra por las comisuras del discurso
mientras aplaudimos la verdad empaquetada
en cómodos titulares de plástico reciclado.
Nos dijeron:
camina recto,
piensa en orden,
consume a tiempo.
Nos repitieron tanto el cómo
que olvidamos el por qué.
Y aquí estamos,
con las almas planchadas
y los bolsillos llenos de ausencias.
La humanidad —esa palabra—
ya no se conjuga en presente.
Es una fotografía ajada
que mostramos en museos de ética
como si aún nos perteneciera.
Nos adoctrinan con la sonrisa de un algoritmo,
nos disciplinan con el miedo bien calculado.
Y mientras tanto,
la compasión se va oxidando
en los márgenes del sistema.
Los valores —los de verdad,
los que no cotizan en bolsa—
andan descalzos,
con los pies heridos
de tanto esquivar banderas.
Pero yo he visto,
te lo juro,
universos enteros en los ojos de un niño
que no sabe mentir.
He sentido el temblor primitivo
de una mano que toca sin pedir nada.
Y he leído manifiestos éticos
en los silencios de quien escucha de verdad.
No,
esto no es un epitafio.
Es un grito abstracto,
una sinfonía desordenada
que te pide mirar más allá del marco.
Tal vez,
el camino no sea rehacer el mundo
sino recordar el que fuimos
antes del miedo,
antes del ruido,
antes del precio por todo.
Tal vez,
volver a ser humanos
no sea un acto de fe,
sino de memoria.